ESTE PUEBLO, ¡QUE PENA!

Cuando uno llega a mayor, y yo he llegado  a viejo sin quererlo, y lo que es peor sin darme cuenta, analiza las cosas de una forma diferente, quizás lejos de cualquier criterio técnico, cayendo sin querer en comparaciones, símiles o vivencias sufridas que se vienen a la memoria dando saltos en el pasado.

El pueblo español sufre con total normalidad a unos políticos corruptos, ineptos y los que es peor verdaderos pastores de unas masas que obedecen borreguilmente cuantas ocurrencias o peor todavía, maldades, que programan con verdadera perversión y hacen inviable cualquier iniciativa popular que al pueblo le haga evolucionar, reaccionar e incluso pensar por su cuenta: se intenta y consiguen que en la siempre vigente premisa de rendición popular del “pan y toros” siempre sea dócil, sumiso a los interese de las clases dominantes, que no dirigentes.

Así consiguen que después de muchos años de lograr enterrar bajo siete candados el símbolo natural de un pueblo, su bandera, salvo cuando esta se liga al futbol, la progre acepción de “la roja”, la selección española de futbol, de repente, cuando a ellos les interesa, se llenen nuestros pueblo, ciudades y ventanas de enseñas rojigualdas. Las banderas al viento de tiempos pretéritos, sobre las montañas nevadas también, como ahora utilizadas como cayado de los pastores políticos con interese bastardos.

Y es aquí donde me viene a la memoria las imágenes de mi infancia: En la dura estepa castellana uno de los recursos principales de supervivencia era el ganado ovino y en menor importancia el caprino. Ovejas y cabras de las que ha semejanza del pueblo español se aprovecha todo: leche, lana y carne. Chicha de hacienda.

Mi abuelo, un labrador mediano de dos pares de mulas,  tenía un rebaño importante que guiaba un pastor, un buen hombre. La oveja es un animal gilipollas (sin ofender en las comparaciones): si se encuentra en el campo y pega fuerte el sol mete la cabeza  bajo una compañera. La siguiente hace lo mismo y la  siguiente y la otra y la otra y así hasta el infinito, una rueda. Resultado: se arma un remolino ovejil y si el pastor no es capaz de romper esa rueda con tiempo suficiente, van cayendo asfixiadas unas tras otras.

Y si el campo es abundante en pasto come, come y come sin parar, es un rumiante: tiene cuatro estómagos, almacenando la comida en el primero y cuando ha pasado un tiempo lo vuelve a la boca y lo mastica nuevamente para aprovechar al máximo el alimento. Si no calcula bien o el pasto es de unas características especiales no puede fermentar bien en el primer estómago, el rumen, y se hincha pudiendo matar a la oveja. Un día estaba yo disfrutando del frio invernal castellano, no había televisión, ayudando a sujetar la telera para apartar a las ovejas ordeñada de las que estaban en espera, cuando veo que el pastor se lanza a toda prisa con una albaceteña en mano sobre una de ellas, la pone sobre sus piernas, la palpa en la panza y la pega un navajazo que para sí quisiera El Pernales. Inmediatamente por el agujero de la navajada empezó a salir una enorme cantidad de aire, dejándola suelta a continuación, con gran preocupación mía por la suerte del animal, que recobro rápidamente la salud con un método de tan eficaz como de  rigor sanitario. Este proceso tan eficaz lo ha copiado sin ningún pudor el nunca bien ponderado ministro de hacienda, el innombrable, que de vez en cuando nos pega unos navajazos a los pobres que nos hace escupir todo cuando debe servir de alimento para nuestros hijos, dejándonos en la miseria más absoluta. Y como el pastor de mi abuelo, como si nada, continúa con su eficaz rutina de sangrar a los pobres españolitos, hoy con una bandera en la ventana, no sé muy bien para qué. Lo de la ventana.

Cuando el rebaño volvía del campo mi abuelo se subía a un poyo adosado a la trasera, colocado para evitar el roce de los carros con la madera, e inspeccionaba la entrada de las ovejas al corral. Un buen día entendí la finalidad de este acto: “Mariano, dijo, falta la careta”. Salimos corriendo el pastor y yo hacia el campo y nos encontramos a la susodicha que había parido y estaba atendiendo cariñosamente a su criatura, volviendo de nuestra mano ambas al corral. Mi abuelo conocía a todas y cada una de sus más de doscientas ovejas. Lo mismo que hacienda, que conoce toda nuestra vida y los milagros que hacen nuestras mujeres para sobrevivir en un mundo tan hostil como el que propician los politicuchos que manejan impunemente nuestras vidas. ¡Y si se es pensionista figúrese Vd!

Tan bien conocía mi abuelo a su rebaño que otro día a la vuelta del campo en la suelta de los corderos para mamar, una oveja rechazaba insistentemente a su corderillo. MI abuelo lanzo una mirada hacia el rebaño y señalando a otra oveja grito: No ves que no es de esa, que es de….aquella, señalando a otra que andaba un poco despistada, Trasladado a la nueva oveja ambos disfrutaron de un frugal y cariñoso desayuno.

De niño no entendía por que durante unas determinadas temporadas todos los machos carneros llevaban colgado de su barriga un saco de la arpillera más áspera que solo tenía el objetivo, por el procedimiento más salvaje, para el carnero,  el que los corderos nacieran en la época más rentable económicamente. Lo mismo que ahora que se anima al personal a darle al pitilín para… solucionar sus erróneas, sino delictivas, políticas sobre las pensiones, con mayores nacimientos. ¡Qué país, cuando unos cuando otros organizándonos hasta la vida sexual: ahora es pecado, mañana es libertad, pasado necesitamos que folléis hasta la extenuación…!

Los carneros generalmente, como el pueblo español, es bastante pacifico, hasta que se calientan, que entonces no hay quien le pare. Se pegaban entre ellos chocando sus cabezas que producían un ruido aterrador. Los malos eran los machos cabríos, los chivos o cabrones, que a la menos hacían por ti si te veían descuidado. Casi todos en el pueblo teníamos una cabra en casa, con un rebaño común que por la mañana sacaba un  pastor comunitario. Soltábamos a la cabra y ella solita se añadía al rebaño a su paso. Y de la misma forma volvía a casa sin más orden. Y esperaba pacientemente a que abriéramos la puerta.

La cabra es, como la oveja, rumiante, pero a diferencia de aquella es mucho más inteligente, lista. Y produce mucha más leche durante casi todo el año. Algunos sibaritas esperaban con ansiedad los calostros por sus propiedades curativas. Tiene el inconveniente que come todo lo que pilla y se sube a los árboles y arbustos para rumiar las hojas y frutos más sabrosos, cosa que no hace la oveja. Pero la leche recoge estos sabores, de forma que sabíamos en que término del pueblo había pastado por la existencia de determinadas plantas. Tienen un genio endemoniado, sobre todo los cabrones. Uno hizo por mi cuando venía de la fuente con un cántaro (no teníamos agua corriente en casa). No pude defenderme y nos fuimos al suelo con gran escándalo yo y el cántaro, que quedo hecho añicos. No me dolió tanto el golpe y la mojada correspondiente como la tunda que me endiño mi madre y que aquel día me fui a la cama sin comer, que era mucho más duro que los palos…

La pobre maestra del pueblo, Dña. Lauri,  fina y delicada, sufrió idéntico trance del que salió mirando a todos los lados para comprobar que nadie lo había visto, para tras arreglarse la ropa seguir con su paso pausado como si nada hubiera pasado.

En ambos casos  de ovinos y caprinos hay que recordar con especial cariño a dos figuras hoy desaparecidas: los esquiladores y los pellejeros. Cumplían una importante función social y económica.

En política destaca también el cabrón, el ministrejo del ramo que nos esquilma permanentemente para vivir él como un obispo. Con la tecnología actual, tarjetas de crédito, teléfonos o nóminas, de que se dispone hoy esta especie caprina conoce toda nuestra vida y milagros: donde trabajamos, donde vivimos, que comemos y vestimos, donde pasamos nuestras vacaciones y ratos de ocio. Y de los madrileños en concreto se conoce adonde aparcamos o donde te desplazas con la tarjeta abono transporte. Todo. Y como todo se decide desde el poder: regulan la economía con salarios, retenciones, gravámenes, contribuciones ivas, ibis, valores catastrales, coeficientes de caja de los bancos, precio de la luz o el gas….pues no hay forma de que nadie se mueva. Y a estos dos recibos les cargan, aparte de los impuestos de todos sus desastres: que me acojono con los etarras cierro la central de Lemoniz y lo cargo al recibo de la luz como parón nuclear; que el depósito de gas subterráneo, el Castor,  es un desastre ¡al recibo del gas; que  monto un negocio (rasquen un poco en determinadas comunidades autónomas o ayuntamientos) con las energías alternativas, ¡¡al recibo!!; que tengo que subvencionar el negocio ruinoso de la minería del carbón ¡al recibo!; que me cargo el trasvase y monto desaladoras ¡al recibo!; que las eléctricas me piden más dinero pues ¡al recibo la deuda histórica! ¿Qué deuda?  Y curiosamente si contratas por primera vez la luz de tu casa nueva también cargas con toda esta…¡mierda!

Y este pueblo ovino se contenta con vota cada cuatro años. Es la nueva concepción de la democracia. Que no es democracia ni nada.

¡¡¡Cojonudo!!!

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.