La recolección de la cosecha en verano, en Castilla generalmente de cereales, trigo, cebada, avena y algo de centeno, garbanzos y muelas, almortas, exigía un esfuerzo suplementario para los labradores. Para lograrlo se recurría a realizar un contrato especial durante los tres meses del estío a los trabajadores propios y ampliar la plantilla con algún otro en función de las necesidades de cada uno. Este contrato suponía un salario especial que llevaba aparejada la comida, bebida y cama si se puede llamar cama a un saco de paja sobre un trillo viejo en la caseta de la era, trabajadores y animales juntos, de la que no se separaban en esos noventa días salvo en la festividad del Corpus (tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el Día de la Ascensión). Hoy ni aun eso, se pasa el jueves festivo al domingo. Y como todas las fiestas tienen su octava también se celebraba como festividad local el domingo siguiente al Corpus, La Octava. Al que se añadía solo el día de la Virgen, el 15 de agosto, para celebrar, agradecidos, que la recolección había ido bien.
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