EL POZAIRON Y OTRAS TRADICIONES ORALES

En mi pueblo en los años 50 y 60 no había agua corriente en las casas y aunque en muchas teníamos pozos su agua no era en todos los casos bebible. En nuestro caso teníamos uno de unos tres de profundidad con abundante agua pero esta era bastante dura por la acumulación de cal. Su sabor era desagradable y en la práctica ni siquiera el jabón lagarto o los canteros fabricados en casa con grasa sobrante de cocinar y sosa caustica,  hacían espuma, dejando en la ropa o en los utensilios de cocina residuos y manchas. Ello nos obligaba a traerla de las fuentes públicas, dos al principio, en las plazas de la iglesia y del ayuntamiento, que aumentaron más tarde a cuatro, en el Paseo y en el barrio de Triana.

El agua del pozo lo utilizábamos para beber los animales de casa o limpieza de cuadras o gallineros. Más de una vez perdí el caldero en el pozo, que me costaba recuperar con unos garabatos, un artilugio del que disponíamos en todas las casas.

Y ¿a quién tocaba traerla? Ya sabemos. Hasta me invente un carricoche fabricado con un cajón de sardinas al que adose  unas ruedas viejas y que me permitía traer de un viaje hasta tres cantaros.

El problema surgía cuando fallaban las fuentes públicas  que se suministraban de un manantial situado en una ladera del Pisuerga y se elevaba hasta un depósito en altura situado a la mitad de camino, que llevaba el agua por gravedad a las fuentes, unos cuatro km de longitud. Con unas tuberías muy viejas las averías eran frecuentes.

Me sentía feliz por ello hasta que mi madre me mandaba a por agua al “pozairón”, situado lejos, en las afueras del pueblo al que teníamos que acceder por una tierra labrada junto a unas tapias de corrales.

Este pozo me daba bastante miedo porque quiero recordar que no tenía brocal y era bastante ancho, al menos de dos metros de diámetro. Y debía ir provisto de un caldero para sacar el agua, aunque no era muy profundo.

Pero al fin y al cabo la obligación es la obligación y rezar para que se arreglaran pronto la avería de las fuentes.

Yo me hacia la pregunta de un nombre tan raro y un día le pregunte a mi abuelo Francisco, que era un pozo, que viene al caso,  de sabiduría popular.

Era un liberal, como yo. Solo leía El Norte verdadero, antes que lo compraran los vascos de Vocento. Nunca leyó ni El Libertad, ni El Diario Regional ni la Hoja del Lunes.

Brevemente y para conocimiento de las nuevas generaciones: Franco que era muy previsor: monto durante años una cadena de medios de comunicación, un periódico en cada ciudad y una emisora de radio en cada pueblo con la maligna intención de que cuando llegara la democracia se regalaran de un golpe a algún amigo para así, agrupadas, “favorecer la libertad controlada de la prensa” (¿), que a él tanto le gustaba. Y como le obsesionaba que la gente no guardara los domingos y festivos descansando y tomando el vermut después de misa de doce, no dejaba que se publicaran los periódicos los lunes, que se suplía con un periódico que imprimía la asociación de prensa local y que era conocida con la Hoja del Lunes. Así nos enterábamos de los resultados del futbol del domingo sin esperar al martes.

Y previo al compromiso de echar una brisca y jugar un domino para matar la anochecida me  contó la historia del pozo y algo más.

No es “pozairón” como tú dices sino Pozo Airón y su nombre se asocia a un dios pre hispano que curiosamente todas las civilizaciones y religiones posteriores han respetado o modificado su significado para utilizarlo de la forma más favorable.

En general estos pueblos de la antigüedad hispana asociaban a este dios los pozos naturales que no tenían para ellos una explicación normal (generalmente conocidos por los geólogos como procesos cáusticos), de forma que justificaba la relación con el inframundo, tanto para bien como para mal, lo desconocido, ese dios que los humanos necesitan y que las religiones siempre han utilizado con mejor o peor fortuna. Y en muchos casos se asocian a sacrificios humanos.

En el caso de Valoria el pozo parece obedecer a que fuera en su momento artesano, que el agua brotara de forma natural en la superficie y de profundidad desconocida, fácilmente asociable, por mentes primitivas, a ese dios de los infiernos. Por eso este tipo de pozos se utilizaron rápidamente  por la Iglesia Católica, aprovechando las rebaja, asociándolos  a una forma de conexión con el averno y seguir manteniéndolos para que allí se recogieran los pecados de los más débiles  y pudieran salir limpios de la iglesia  después de confesarse: una relación del cristianismo con el paganismo. El pozo se situaba por eso a la salida de la iglesia.

Sacrificios humanos para los vacceos era una monstruosidad: no se podía perder mano de obra fácilmente dada la dureza de la naturaleza.

Por ello se debe asociar a algún tipo de templo que junto con la existencia en su proximidad de un camposanto, colmatado desde hace tiempo, allí existente en la actualidad, puede presumirse que en Valoria el conjunto formaba una “iglesia sacramental”  tal como las conocemos actualmente.

Y mi abuelo lo confirmaba: cuando llegaron los romanos utilizaron este dios a su favor, sin que entrara en contradicción con sus numerosos dioses.

En el caso de mi pueblo los romanos se asentaron en las proximidades del rio Pisuerga, construyendo una calzada secundaria paralela a aquel, hoy camino real, para asegurase la logística y el abastecimiento. Tanto les preocupaba el abastecimiento  que lo primero que hacían nada más llegar a un lugar era utilizar a los naturales de cada zona haciendo un rastreo del terreno, batiéndolo en filas de individuos que debían coger una muestra del terreno cada cierta distancia con lo que detectaban y valoraban la existencia, cantidad y calidad  de minerales, animales y plantas. Eso les permitió hacer sus calzadas con los materiales de la zona con el menos esfuerzo o abastecerse con productos directos de la tierra. O explotar minas o canteras desconocidas.

Y  construyeron un templo dedicado a Ceres, diosa de la agricultura, más al norte del castro valoriano, donde por razones desconocidas veían una luz extraña que surgía de la tierra.

Y en el pueblo junto a una panera  para almacenar el trigo con que abastecerse, hicieron un templo dedicado a Fontus, dios de los manantiales.

Según la tradición oral que me refería mi abuelo el cónsul del castro romano llamado Quinto Cayo Marcial adopto a un niño valoriano. Al cabo de un tiempo se le nombro Procónsul por lo que fue llamado a Roma y enviado a Palestina. Alli, al cabo de los años se encontraba el joven Marcial, cuando habiendo sido nombrado jefe de una de las legiones destinadas en ese  territorio, se produjo una revuelta social por la aparición de un pretendido mesías que fue crucificado por los propios judíos.

Marcial se encontraba de inspección en Mesada, una guarnición que vigilaba este promontorio, que había planteado varios problemas a los romanos. Y aprovechando que era la pascua judía se tomaba unos baños de barro cerca,  en el Mar Muerto, muy buenos para el reuma,  cuando fue llamado con urgencia a Jerusalén. A uña de caballo salió disparado dándole solo  tiempo a preparase un mejunje en una botija de barro, de una sola boca, a semejanza de las actuales cantimploras, compuesto por una mezcla de tomate triturado, pepino y pimientos con ajo, agua, aceite  y vinagre. El ajo, que los romanos importaron de Egipto,  se utilizaba junto con el vinagre para conservar el agua en las grandes cabalgatas por el desierto de Judea, al que  añadió, en este caso, las verduras para no tener que hacer una parada para comer y llegar cuanto antes a Jerusalén.

Allí se encontró, en el monte Gólgota o de la Calavera, en las afueras de la ciudad, que una cohorte romana vigilaba a tres crucificados al mando del soldado Longinos. Cuando Marcial El Joven vio el estado de uno de los crucificados que decía tener sed, utilizando una lanza con una esponja  vertió el contenido de su botija y se lo acerco a los labios. Fue tal la mirada de agradecimiento del crucificado que Marcial quedo petrificado, máxime cuando a continuación se produjo de repente una tormenta que hizo desperdigarse a la multitud que seguía un  espectáculo tan frecuente en aquella época. Mirada entre agradecimiento y satisfacción, que ya recordaría  para toda su vida.

Vuelto a Hispania a donde fue destinado como Procónsul a la Bética no dejo de contar a todo el mundo lo ocurrido, lo que le obligaba a repetir su historia y a preparar el brebaje, que tuvo tal éxito que aun hoy se  sigue haciendo de la misma forma y contenido.

En su viaje hacia Valoria, siempre con una ristra de ajos,   su fama le precedía y se volvía repetir idéntico proceso. En un pueblo construido sobre muchas piedras, Las Pedroñeras, le obligaron a quedarse más de un año.

La botija, de la que nunca se desprendió Marcial, se conservó durante muchos años en Valoria, hasta que la llegada de los moros les obligo a enterrarla, perdiéndose con el tiempo, el lugar concreto en que se hizo. Mi abuelo asociaba ese lugar a las bodeguillas o a las cuevas del tío Quico, en el Pico del Águila, por encima de la Tejera.

No obstante en el Museo del Cántaro de Valoria la Buena pueden verse modelos semejantes de Botijas del Crucificado.

Pero siguiendo con la historia, la llegada de los visigodos, que al principio practicaban una religión muy rara, les llamaban arrianos,  terminaron convirtiéndose a la verdadera religión y pusieron campanas e imágenes en ambos templos dedicándoles respectivamente a la Virgen y a San Judas Tadeo respectivamente patrón de Valoria junto a San Simón.

Los musulmanes arrasaron  con todo: Como son iconoclastas quemaron las imágenes y se llevaron las campanas, que no les gustan nada, por razones conocidas: se suben ellos a las torres, que llaman minaretes y vocean desde allí convocando a su misa, para saber quién viene y quién no viene. Y utilizaron ambos templos a mezquitas, sus iglesias. El pozo les servía para lavarse los pies ya que se descalzan para ir a misa.

Cuando a partir del día de Reyes del año 900  las tropas astur leonesas de Alfonso III el Magno conquistaron  Dueñas, pronto empezaron a observar una extrañas luces al otro lado del rio Pisuerga, por lo que se decidieron a avanzar, llegando a Valoria el Viernes Santo de ese año 900, el primer pueblo de la provincia de Valladolid en ser reconquistado.

Para su sorpresa comprobaron que las extrañas luces que veían reflejadas en el cielo salían de la ermita de la virgen, encontrando milagrosamente su imagen enterrada por un fiel, quizás  para evitar que fuera robada por los moros. Y dedicaron esta ermita a la Virgen de Onecha, nombre del término con que se conocía ese terreno. Desde entonces se viene celebrando una romería para conmemorar su descubrimiento.

El templo  de Fontus se había quedado pequeño por lo que poco a poco fue olvidándose, utilizando muchas de sus piedras para ampliar el nuevo templo construido a unos centenares de metros. El pozo dedicado al dios Airón se quedó como reserva de agua, perdiéndose su acepción religiosa, salvándose solo  el nombre, que por contracción, pasó por los siglos a ser pozairón para los valorianos.

Como los moros se habían llevado las campanas a las tropas cristianas se las recibió con carracas y matracas de madera, quedándose desde entonces la tradición de llamar a los actos religiosos de la semana santa con una carraca especial hecha con aldabas de puertas, así como celebrar un día especial para que los niños pudieran dar la matraca a los vecinos en tono burlesco.

La iglesia fue ampliándose en diferentes épocas, la última a finales del siglo XVIII, concretamente en 1774, dándose la circunstancia que una de las dos campanas pequeña, de las cuatro que se instalaron, se cayó al subirla a la torre de 36m, quedándose clueca por tener una pequeña fisura, de ahí que no se utilice habitualmente. Para las nuevas generaciones que solo han visto a las gallinas desplumada, se ponen cluecas cuando incuban, empollan, cambiando su tono de voz, de ahí que se asocie el nombre de cluecas a las campanas que tienen un sonido diferente.

En el siglo XXI Europa tiene un grave problema con la inmigración del tercer mundo y muy especialmente de los musulmanes y con los países mediterráneos, especialmente con España, cuyos políticos no saben si matan o espantan o si suben o bajan y les vuelven locos. Solo en el caso de las autonomías y los delincuentes de hoy y del futuro, catalanes, vascos, navarros, valencianos y baleares, los europeos no saben cómo reaccionar. Por ejemplo huyen después de cometer un gravísimo delito, pero les dejan las autoridades  de España  votar y ser electos. Mientras les reclaman para que sean los jueces de otros países los que les detengan. O les dejan llevar lacitos siendo representantes del estado, miembros de comunidades autónomas, ayuntamientos o parlamentarios, ante el rey o en cualquier acto público que se asocian a la existencia de  detenciones  políticas, no de políticos delincuentes, lo que presupone ante un observador europeo imparcial a la carencia del más mínimo rigor legal que debe exigirse en un estado de derecho.

Y los europeos van a arreglar los dos problemas de un golpe: entregar al moro los territorios siempre  reivindicados, el Al Ándalus, es decir España menos los países  catalanes (Valencia y Baleares) y vasco navarros.

Como se va a producir de todas formas la entrega de España por los europeos, artos de unos y otros, yo quiero salvar de mi pueblo las campanas y al menos dos imágenes de la iglesia: San Isidrin, por mi amigo Julito y San Cayetano, al fondo a la derecha junto al confesionario, al que mi abuelo tenía una gran devoción por ser el nombre de su padre.

Me hubiera gustado salvar a San Pedro, pero desgraciadamente resulta imposible, no por el peso y la altura a que se encuentra, sino porque solo tiene fachada, el pobre, ni culo ni espalda. Y para más inri no tiene ni sillón, solo un trozo de respaldo colgado curiosamente de la mitra papal. Como nuestros políticos: solo fachada.

Lo descubrí un buen día en que subí tras al retablo a través de una escala de madera pegada a la pared  del altar mayor,  a modo de las típicas espalderas, entrando por una portezuela situada, entonces, tras la imagen del Corazón de Jesús. Menos mal que no se enteró D. Quintín y su regla. Ni tampoco cuando descubrí e inspeccione el gran fuelle que proporcionaba aire al importante órgano que se encuentra arrumbado en el coro de la iglesia.

Mi abuelo me recomendó que  transmitiera estas historias de la misma forma que él a mis nietos. Pero como son todavía muy jóvenes mi hijo me recomienda que lo escriba y él lo cuelga de “una nube”.

¡No sé yo! Entre mi abuelo, que creo que se inventaba parte de la historia para poder seguir jugando a la brisca, y esa nube no se con que quedarme.

Por si acaso lo de la nube no es verdad, me quedo con una copia en papel.

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