VALORIA, MI PUEBLO

Cuando los romanos invadieron Hispania, la vieja piel de toro en que mal vivimos, descubrieron con sorpresa en la estepa mesetaria un valle precioso surgido por la evolución geológica del rio Maderazo, afluente del Pisuerga, justamente en su desembocadura: era primavera muy cerca del verano y el valle estaba plagado de plantas de cebada, trigo rojo y algo de centeno, salpicado de amapolas.

Se quedaron tan entusiasmados que decidieron quedarse a vivir fundando un castro, del cual hoy quedan algunos restos. Y le llamaron Modriga. Y al conjunto Vallis Aurea, Valle de Oro, por el color dorado de las plantas con esos toques rojos de las amapolas. Con el tiempo esta denominación ha terminado por derivación en Valoría, al que también con el tiempo ha terminado apellidándose La Buena, por sus lealtad a Dios, a la  patria y al rey.

Es cierto que a los romanos se les había quedado pequeña la península italiana para pegarse entre ellos: Tiberio, Craso, Pompeyo, Cesar vinieron a reñir a Hispania y se encontraron que esa era también una sana costumbre nuestra: pegarse.  Primero pasaron a la Galia, hoy Francia, pero también se les había quedado pequeña y especialmente porque los francos no colaboraron mucho dada su especial predisposición a salir corriendo y a colaborar con el invasor. Bien es cierto que a posteriori se lo montan bien y de una pequeña hazaña de un puñado de seguramente  descendientes  de hispanos emigrados de alguna de nuestras guerras, resistentes, al mando de un tal Vercingetorix, han construido un parque temático al que, como buenos chauvinistas, asisten apasionadamente niños y mayores para mayor gloria de Francia.

Los romanos también pasaron un rato por la Gran Bretaña, pero allí son más listos y como hace mucho frio en cuanto les hicieron sus carreteras y acueductos les pusieron la proa hacia nuestra Hispania.

A los españoles de ayer y de hoy, que como a los romanos de entonces, solo nos gusta pegarnos entre nosotros, sin embargo nos cabrea que nadie venga a pegarse aquí. Por eso hemos llevado tan mal que nos invadan. Inmediatamente nos hemos unido  para intentar echarlos, aunque ello nos haya llevado siglos. Terminada esta reconquista  continuamos con nuestras querellas familiares: llámense cartagineses, romanos, visigodos, musulmanes, franceses… Siempre les hemos echado para inmediatamente volvernos a pegar entre nosotros: navarros contra aragoneses y castellanos; vascos contra todos menos los catalanes; estos a lo suyo aprovechando  las guerras de sucesión de los reyes austriacos y los borbones… Como siempre los castellanos, andaluces y extremeños pagando el pato de todo. Llevamos en los dos últimos siglos cinco o seis guerras civiles.

Y estamos preparando la siguiente.

Lo cierto es que en aquellos tiempos la vieja piel de toro estaba ocupada por un sinfín de pueblos claramente diferenciados: los de origen autóctono de cultura ibérica asentados en el sur y este peninsular turdetanos, ilergetes, edetanos; y los de origen celta extendidos por el resto de la Hispania romana: astures, cántabros, vacceos, lusitanos, vetones y en los bordes de ambos unas  tribus del área celtibérica: arévacos y vetones.

Los primeros de influencia de griegos y fenicios heredaron de estos la afinidad para el comercio y los segundos de origen indo europeo su propensión a la agricultura y a una cierta independencia, creando pequeños reinos aislados unos de otros.

Los romanos nos invadieron sin grandes problemas. Los únicos que pusieron un poco de resistencia fueron los numantinos y los lusitanos, portugueses.  Estos con Viriato a la cabeza y quizás por ese origen le hemos hecho tan poco caso, al contrario de los franceses: una triste serie de televisión y una breve cita en los libros de historia de una pequeña parte de las actuales comunidades autónomas, no en todas, que tienen sus propias leyes educativas, por mucho que se quiera ocultar por el gobierno.

Lo cierto que su captura dio origen al dicho de que “Roma no paga traidores”, porque somos y fuimos tan constantes en nuestras tradiciones, que nos  cargamos nosotros mismos a nuestros buenos líderes, para evitar que lo haga el enemigo. ¡No le vamos a dar esa satisfacción!

Esta cultura se ha mantenido y exacerbado, si cabe, y hemos sabido hábilmente trasladar a quienes nos han invadido periódicamente: todos han terminado pegándose entre ellos.

Los pobres romanos se encontraron con una Hispania imposible por el desastre de los gobernantes de sus pueblos  y su orografía: solo caminos de cabras y muchas  montañas pedregosas, con subidas y bajadas constantes. Solo predominaban pequeños valles como el de mi pueblo dedicados a la agricultura poblados de buenas gentes de origen vacceo, que nos integramos perfectamente con los romanos. Estos solo se cabrearon con nosotros una vez cuando descubrieron que suministrábamos bajo cuerda cereales a los numantinos, que se habían resistido a los romanos, y estos nos quemaron todos nuestros sembrados. Esto también se convirtió en una tradición en España y a partir de entonces ya  quemamos nuestros bosques nosotros, sin ayuda de nadie. ¿Para qué van a venir los de fuera si lo podemos hacer nosotros?

Y si cuando Dios creo el Edén pensó en América, con sus grandes ríos, praderas y bosques, cuando se le ocurrió crear el Averno no se lo pensó dos veces: hizo una fotocopia de nuestra península en cualquier momento de nuestra historia: los políticos siempre han mejorado a los anteriores: la han dejado que no la conoce ni la madre que la pario. Ahora ya tenemos autopistas y vías de tren pero se atascan a la menor incidencia, las cuestas siguen igual, pero los políticos  se empeñan en que las subamos y  bajemos en bicicleta, los ríos son propiedad de cada territorio por el que discurren y el agua termina en el mar, aunque pasemos  la sed propia de los habitantes del Sahara.  Y cada pueblo ahora no son unas pocas docenas como entonces. Ahora son independientes 8.000 pueblos, 17 comunidades, 48 diputaciones y algún cantón más.

Y Dios que es bueno con los buenos y muy malo con los malos se acuerda siempre de echar una mano a los americanos. Y si meten la pata en la elección de  sus presidentes, caso de Clinton y sobre todo Obama,  verdaderos desastres, para corregirlo les ha mandado a Donald Trump.

En España, aburrido, ha renunciado a intervenir porque es posible que lo de la santísima trinidad acabe en un desastre pegándose el padre con el hijo y con el espíritu santo.

Este infierno, creado a nuestra imagen y semejanza, está lleno de políticos españoles, obispos y cardenales, alcaldes y algún que otro periodista y lameculos,  que no es necesario citar, pero que están en la mente de todos. Y está abierto y esperando con impaciencia a Rajoy y Montoro a la cabeza de toda una caterva de mal encarados y desastrosos aprovechados sobresuelderos.

Para la expresidenta de Madrid, que no cree en nada,  Dios tiene preparado el limbo de las rubias porque sus desastres y mentiras con los másteres y las cremas son tan estrambóticos que no tienen cabida ni en el purgatorio ni en el infierno. Y como es atea sus pecados no son perdonados como al resto de políticos creyentes, especialmente los demócratas cristianos del que el PP está lleno hasta rebosar: se confiesan y vuelven a pecar nuevamente con un pequeño acto de contrición. Montoro no: ahora se confiesa socialdemócrata en una entrevista para El Mundo y se extraña de su pertenencia a un partido lleno de conservadores, según él.

Ya decía yo que no era trigo limpio. No era normal su desastrosa actuación en contra de los votantes del PP. ¿Estará jugando a ganador y se ha vendido a Ciudadanos, que sin experiencia, necesitan a sanguijuelas, vampiros o toros placeados que no tengan vergüenza en sangrar y cornear al españolito de a pie? O estará jugando a buscarse un lugar al sol de Europa como su colega, este independiente, exministro de Hacienda, que ha pasado a ganar siete veces más que de ministro. ¿Sabemos el precio que hemos pagado a Francia y Alemania por votar a favor de un amigo suyo, que no de España? ¿Puede pensar alguien que Alemania nos aprecia mínimamente si pone en duda nuestra justicia como estado de derecho en el caso del cabecilla del golpe de estado catalán? Al fin y al cabo son barbaros como los llamaban los romanos.

Y va el cabrón y dice que no le extrañan tampoco las pocas críticas que recibe, que asocia a algún rico cabreado. ¿Está loco como decía Asterix de los romanos? O nos quiere tomar el pelo. ¿Qué rico va a criticarlo si están todos amnistiados? Los cabreados somos los pobres a los que nos persigue de mala manera y no conseguimos saber la lista celebre de ricos delincuentes de la lista de los que pagan al 3% mientras nosotros lo hacemos al 40%. O tenemos que mirar al futuro como decía su subordinado. ¿A un futuro que ya no tenemos? ¡Maldita la gracia del impresentable! Alguien se cree que le critiquen quienes este trimestre han ganado un 40% más que el anterior, con cifras de al menos tres ceros. ¿Tengo derecho a criticarle con mi 0,25% de un dinero que he pagado durante cuarenta y cinco años y que, al parecer ha desaparecido? Ya no me quedan fuerzas.

Por cierto ¿porque están tan ufanos nuestros políticos con Europa y el mundo si no pintamos nada y no nos devuelven a los delincuentes o se discute en la ONU la sentencia de los hijos de puta de “la manada”? ¿No hay guerras en el mundo, inmigrantes, pateras, miserias, pestes, hambrunas y demás calamidades para que la ONU se muestre preocupada por nuestra justicia? Vale que la progresía al uso utilice cualquier desastre, de los incontables, del PP para castigarnos a los españoles normales. Al fin y al cabo son nuestros progrepijos y los hemos criado en nuestros pechos. ¡Que lo vamos a hacer!  ¡Pero que lo hagan los de fuera eso no!

Lo cierto es que el hecho histórico de la llegada de los romanos y el desastre actual no es algo único: se viene repitiendo cíclicamente a lo largo de la historia. Echamos a los romanos y vinieron los visigodos y seguimos pegándonos. Y cuando la cosa se puso dura llamamos a los moros (D. Rodrigo el traidor) que llegaron hasta arriba en que se refugiaron unos luchadores que se hicieron fuertes gracias a la Virgen; fuimos arrinconando a los musulmanes hacia el sur, en este caso con la ayuda de Santiago Matamoros, aunque ahora no sea políticamente correcto decirlo, pero sin olvidarnos de nuestras peleas internas. Es más les transmitimos a los moros nuestras tradiciones consiguiendo que también lo hicieran ellos, propiciando la creación de los reinos de taifas.

Y cuando nos encontramos con un momento histórico importante con el descubrimiento de América nos dedicamos  a asolar Castilla,  Extremadura y Andalucía, enviando a nuestros mejores hombres y  hacer barcos que nos hundían los ingleses, a continuación, llenos de mercancías cuando venían a España, cuyos reyes daban patente de corso a cuantos hijos de la gran Bretaña, se les ocurría hacerse ricos a nuestra costa. Allí,  siguiendo la costumbre, se pegaban entre ellos a la menor, por un quítame esa paja. Civilizamos a aquellos pobres indígenas con la cruz por bandera, no como los ingleses que se les cargaban por si si o por si no. Nosotros solo por  problemas de faldas: se enfadaban muchos nuestros indios cuando les quitábamos a sus mujeres e hijas. ¡Parece mentira ahora en la lejanía que se cabrearan si era para quererlas!

Y por supuesto  siguiendo nuestra costumbre les transmitimos a aquellos pueblos nuestra inveterada  costumbre de pegarse entre ellos, que siguen manteniendo a día de hoy.

Y si llegaba algo de pasta de América con la misma rapidez lo gastábamos en unas guerras interminables y sin sentido defendiendo a una religión que se había prostituido históricamente, consiguiendo que triunfara una secta, que al final, resulto ser la buena a los ojos del mundo y de Dios, la protestante.

Por supuesto por las nuevas tierras no apareció nadie representativo de los poderosos ni de los reyes. Los portugueses, que a la chita callando son más listos que nosotros, aunque siempre les menospreciemos, si mandaron allí a sus reyes en alguna ocasión. Esto les ha fortalecido tanto que ahora son los mandones de Europa y del mundo, mientras a nosotros nos toman el pelo hasta los flamencos, que manda narices. No nos hacen ni caso en Europa, dicen que la cuarta potencia económica, con razón.

Y cuando hemos mandado algo con Aznar, cola de león, le pusieron a parir  los progre con lo de la guerra del Golfo, cuando solo pusimos los puros, ni barcos ni aviones,   mientras con los anteriores, los golfos de la primera guerra, si gastaron dinero, aunque solo fuera mandando a nuestra mejor cantante, siempre con la habitual costumbre de subir la moral (¿lúdica?) de nuestras tropas. Pero como eran de los suyos, los progres a callar.

Y cuando llegaron los franceses a arreglar nuestros habituales desastres y líos dinásticos nos cabreamos mucho y nos unimos todos para echarlos dedicándose los políticos de turno a salvar al mundo con filosofías sobre derechos y libertades que nunca llegan al ciudadano, mientras estos se dejan la piel para salvar a reyes felones, que nuevamente repuestos en sus tronos se dedican a lo habitual, a pegarnos. Va en su esencia, como el escorpión y la rana. La verdad hay que reconocer que nuestras constituciones son verdaderas obras maestras de la literatura universal, catecismos políticos, misales, pero sobre todo utópicas, inaplicables, inútiles, novelas quijotescas o lo que es peor, como la actual, máquinas de destrucción masiva de pueblos y estados.

Mientras los pueblos americanos, que habían defendido a la madre patria se independizaron cansados de tanta mierda. ¡Es una lástima que este pueblo nuestro no pueda independizarse de nuestros políticos!

De los dos últimos siglos de nuestra historia es mejor no hablar: guerras, reyes extranjeros, turnos de los de siempre, perdidas de colonias, levas para una guerra permanente interesada en África… hasta que terminamos  pegándonos entre nosotros, esta vez en serio. Y ahí seguimos con memorias históricas y otras maldades. Volveremos a hacerlo a no tardar.

Mientras en mi pueblo  las cosas siguen como siempre. El que no lo conozca debe darse una vuelta para descubrir la auténtica alma castellana, germen de la verdadera España. Con bodegas típicas, buen vino, pan y asados para pasar el mal trago político que estamos viviendo.

 

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