LA GENERACIÓN PERDIDA. EL TINTERAZO.

Rememorando mis años de juventud y en la relaciones con mis familiares más próximos descubro con cierta sorpresa que nosotros somos una generación perdida: no hemos tenido la oportunidad de participar en  una guerra incívica, como ha ocurrido a todas las generaciones de españoles en los cuatro o cinco últimos siglos, lo que no ocurrirá con nuestros hijos y nietos que no tardaran en disfrutar de una. Cuando teníamos colonias íbamos a la guerra en pijama y volvíamos diezmados cantando lo de España tierra querida para terminar marchándonos cantando El emigrante. Cuando los americanos nos quitaron las últimas colonias dejando allí olvidados, en Filipinas,  a los que no habían muerto de hambre o fiebres de todo tipo,  miramos a África.

Como dimos mucha guerra, en la Conferencia de Algeciras los franceses nos dejaron la parte de Marruecos que ellos no querían ni ver, una ruina económica para los pobres, que no para los ricos de siempre. Y allí, con levas indiscriminadas, que produjeron semana, meses y años  trágicos, fuimos de  desastre en desastre anuales hasta que nos echó un rey criado en nuestras ubres, primo del nuestro, al que entregamos el poder en año en el 56. En fondo era una guerra incívica propiciada por los poderosos que utilizaban a unos egoístas militares deseosos de gloria y medallas. Marruecos era un protectorado, como si fuera una provincia, una nacionalidad, como ahora llaman los que proponen, el rojerío progre,  una federación de nacionalidades históricas, las de primera división; las de segunda y las de siempre, paganas, las Castillas y Extremadura.

Franco, el más listo de todos, nunca quiso medallas: a él solo le interesaban los ascensos, llegando a general con treinta y tres años, lo que le permitió estar siempre en el sitio y en la posición más favorable, como se pudo demostrar en el caso concreto de los hechos que cambiaron la historia reciente de España.

Pero mientras descubrimos fosfatos en el sur de Marruecos que era una provincia española en el desierto del Sahara y aquello puso los ojos como escarpias a los de siempre que nos vendían los nitratos de Chile (hay un anuncio precioso en una caseta en la desviación de la carretera nacional de Valladolid a Palencia hacia mi pueblo), que se pusieron a vendernos estos nuevos abonos, que estaban más cerca y les salían más baratos.

El primo, que no es tonto, descubrió la jugada y como le parecía poca la comisión, la prima habitual, (aquí un juego de palabras)  nos planteó una manifestación marrón, que no verde, de desarrapados captados a lazo y con dinero, que acojono a los políticos españoles, que mandaron al heredero franquista a que dijera a los militares españoles que nadie nos movería.

Pero al día siguiente nos movieron, vaya si nos movieron. Tanto que salimos a matacaballo dejando allí a armas y bagajes para que los fosfatos los  explotaran   los de siempre pero ahora con otra bandera.

Y lo que es peor dejamos allí a un montón de españoles que todavía no se  creen porque  ni a qué bandera acogerse, en contra de las irresoluciones de la ONU, en donde, como es habitual no mandamos nada y nos toman por el pito un sereno. El último caído en el accidente de un avión cubano, los periodistas becarios españoles le citan como un sahariano con pasaporte español. ¡No señor becario: es un español de la provincia ESPAÑOLA del Sahara que se quedaron en un limbo jurídico a merced del moro!

Bien es cierto que aquellos moros tenían ya  experiencia en hacernos correr cuando unos años antes abandonamos, también a matacaballo, otra provincia española, Ifni,  sin mirar para atrás, cuando unos desarrapados no sabemos si amigos o enemigos nos engañaron con la connivencia del “primo”. Nuestros espías, como siempre, no se enteraron de nada y nunca supieron si nos atacaban o nos defendían, eso sí con armas españolas.

Lo mismo que ahora con los del lazo y las cruces amarillas, políticos y raperos delincuentes,  que salen y entran de España como Pedro por su casa y se mueven por Europa sin que nadie se entere, pillando a los políticos españoles siempre en bragas.

Cualquier español corriente y moliente sabe que no hay delincuentes políticos, por ejercer la acción política, en una intitulada democracia de un estado de derecho, sino políticos delincuentes por saltarse la ley. En consecuencia todos aquellos que llevan lazos y ponen cruces amarillas afirman con sus actos que no hay en España un estado de derecho y por tanto están  delinquiendo ellos también. Y si lo hacen delante del jefe del estado con más razón.

Y si de verdad existe ese estado de derecho también delinquen quienes se lo permiten, que son  colaboradores necesarios, incluido ese jefe del estado con mayor razón.  ¡Qué país!

Cómo será el funcionamiento de los espías que Rajoy se enteró, con gran sorpresa,  de que el PNV iba a votar en contra en la moción de censura, cuando ya habían metido la papela en la urna. Menos mal que la hasta ayer jefa de los espías  quiere encargarse de la reforma del PP. ¿En qué sentido? No se sabe, pero me temo lo peor. Para el PP.

El conocido ojo del buen cubero en las relaciones políticas internacionales de nuestros dirigentes (equivalente a lo de “son unos  mandundis” del asesor) nos hizo apoyar al malo para presidir la nueva nación creada de la provincia española de Guinea Ecuatorial, por lo  que al día siguiente de su independencia el ganador nos mandó a la mierda y se quedó, por la “patilla” con las posesiones de ciudadanos españoles, que nunca nuestros políticos reivindicaron, como en Cuba. Y si en algún momento quisieron hacerlo era con, asómbrense, tazas de water, por supuesto usadas.

Ahora que han descubierto petróleo a manta están bajo el paraguas de Francia, que vende al hijo del dictador coches y casas de lujo y le proporciona putitas para luego embargarle todo, incluidas la señoritas de buen ver. Ya se sabe que en nuestro país vecino les encanta tener todos dobles vidas, con señoritas de compañía en los palacios presidenciales, con el visto bueno de las parientas oficiales.

Aquí también utilizan estos usos y costumbres algunos de los descendientes de esos gabachos, pero  no se pueden decir públicamente estas cosas. No está bien visto, es secreto de estado, aunque todo el mundo sabe que se utilizan anexos de palacios a este fin tan gratificante, para el usuario real de este servicio, y que tanto cabrea a los pobres que no pueden acceder a él.

Lo que más siento de la independencia de Guinea es que cambiaran por un nombre impronunciable  a mi Valladolid de los Bimbiles con lo bien que quedaba.

Allí no fuimos a la guerra de milagro. Ahora vamos a otras guerras, pero no es lo mismo. Bueno, ir solo a la del Golfo, a la primera, con Felipe y Marta Sánchez. A la segunda solo pusimos los puros, para salir en la foto y así los progres saquen una copia de vez en cuando. Al menos en la foto parecemos mandar algo, por los pies en la mesa.

Las guerras ajenas son muy aburridas, más ahora que las hacen gente muy extraña desde que no hay mili, lo que confunde mucho a los ministros de defensa: ¡Viva Honduras!…que no, ¡Viva El Salvador! Más cuando se hace con materiales de tercera o cuarta mano y se viaja con aviones, en los que se tiene que dar pedales para volar, de nacionalidades y compañías miserables contratados por la OTAN. Otra que bien baila. ¡En principio en la OTAN NO!

Nuestros soldados mueren por causas ajenas a la guerra y  recogemos los restos del avión de prisa  y corriendo para que el personal no piense mucho. He leído en un periódico que los turcos, haciendo una rebusca de sortijas y relojes en aquel maldito sitio, habían encontrado una… ¡pierna!, que escondieron rápidamente para que no se enfollonara más este asunto en España.

Los TOAS se vuelcan con una facilidad desconocida. Los últimos soldados españoles muertos se llamaban Washington Irving García y LeBron James Hernández. Yo pensé que se había confundido el becario, pero no, era verdad.

Las guerras ajenas no son lo mismo, son menos divertidas: no puedes quemar iglesias ni hacer pagar en las tapias de un cementerio las putadas, los abusos, la mala leche o los rencores. Ni se pueden hacer Desmemorias Histéricas que te permitan ganar una guerra perdida a los ochenta años de terminar.

El ejemplo clásico es la nefasta actuación en nuestra guerra incívica de los extranjeros en ambos bandos: todos venían a beber, comer y follar, pero tuvimos que mandarles corriendo  a sus casas porque nos quedaban sin vino. En la zona republicana solo les faltaba una pandilla de extranjeros al propio desastre suyo. Y encima sin entender el idioma. Hemingway dijo que representaba la generación perdida. ¡Una mierda! Un vividor que entre trompetería y tropelía de unos y otros recibió el premio Nobel y fomento lo de “las manadas”

Por mi pueblo aterrizaron una pandilla de italianos, a los que no querían recibir en su tierra por su actuación en Guadalajara. Todo por el idioma, ya que confundieron la orden de “a la bayoneta”  con lo de “a la camioneta” y salieron corriendo. Por su hazaña les premiaron con el tinterazo: les pusieron en formación y les ordenaron dar media vuelta y sobre la espalda de sus uniformes les imprimieron, con una brocha y tinta negra, directamente la distinción que lucieron por media España. Al grupo que mandaron a mi pueblo durante una buena temporada, les repartieron por parejas  de héroes en cada casa. “Malo Guadalajara” era lo único que decían.

Contaba mi madre al respecto que a los dos que asignaron a la casa de mis abuelos paternos les subieron a su habitación en que había una cama de matrimonio y una cuna grande de barrotes. Cual sería la sorpresa de mis abuelos cuando descubrieron por la mañana que, al parecer por sorteo, se habían metido cada uno de ellos en una para no dormir juntos. Hubo que llamar al carpintero para librarle de la cárcel de madera. Mi abuelo Emeterio le decía a mi abuela Marina que le parecía mentira, “que a él nunca se le había ocurrido dormir en esa cuna”. Mi abuelo era un gran observador y siempre me dijo, al respecto, que el de la cuna “era más abulto que los cochinos del Sr. Ansobino”.

Ambos, mis abuelos, formaban una gran pareja, que recuerdo con gran cariño y cuyas vivencias forman todo un capítulo importante de la historia de mi familia.

Decía un historiador prusiano de nombre impronunciable del siglo XVIII que España era una gran nación porque era capaz de soportar su propia  permanente autodestrucción. Pobre hombre, no se podía figurar que podían  aparecer Felipes, Guerras, Aznares, Zapateros, Rajoyes, Montoros, Sancheces o Iglesias, capaces cada uno de ellos solos de acabar con civilizaciones enteras: España está muerta. Y lo más sangrante: que sea un delincuente argentino, al que hemos motorizado entre todos, el que venga a dar un rejón de muerte a la  “madre patria”.

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