YO ENTERRÉ A FRANCO. ESTABA ALLÍ.

ME GUSTARÍA ESTAR EN EL DESENTIERRO

Primero le velé en el Palacio Real. Después asistí en el Valle de los Caídos a su entierro formando parte de la organización oficial. ¿Por qué estaba allí? Ni yo mismo lo sé. Pero como en otros acontecimientos históricos que me ha tocado vivir en mi larga vida, he estado presente sin una explicación clara. Y por las mismas razones me gustaría estar presente en el desentierro. ¿Para? Para contarlo como se decía del torero que pasó la noche con la Eva Gardner, que estaba más toreada que uno de esos correbous  que tanto gustan en Cataluña, pero en donde se han prohibido los toros “a la española”, pese a que su autorización es competencia del “gili estado español”.

Nunca he estado apuntado a ninguna organización política. Perdón: solo en Alianza Popular.

Lo cierto es que si hay una explicación a mi presencia en el Valle de los Caídos en el entierro de Franco: Fui, junto a un hermano y un primo, como miembro de la Hermandad Banderas de Castilla de la Asociación de Excombatientes. Me lio, me fichó, en el buen sentido, su presidente de la Hermandad Cándido Sáez de las Moras, una bella persona y un gran español en el despacho de Girón, que presidia la Asociación.

Mi familia tuvo de siempre una gran relación con José Antonio Girón de Velasco al que se la ha atribuido un sinfín de maldades por “el rojerío”. Pero lo cierto es que su gestión política fue, no solo impecable, sino sobre todo moderna y siempre en defensa del más débil,  los trabajadores: la seguridad social, que cubría situaciones de vejez, viudedad, orfandad, desempleo, jornada laboral reducida, pagas extras y una red de asistencia sanitaria con atenciones médicas y hospitalarias amén de creación de las universidades laborales.  Y que los demócratas de siempre han destrozado o están en ello.

Y teniendo en cuenta que salió del gobierno en el 57 sólo se le pueden atribuir las bondades del régimen.

Y sobre todo tiene en su haber el hecho de haber permitido una transición, de la que tanto presumen los demócratas de pacotilla, encabezando a los llamado Cuarenta de Ayete, que comprendieron que no tenía sentido intentar mantener un sistema basado en un hombre ya muerto sin ninguna base ideológica, sobre la que ficticiamente se había basado el Movimiento y que el mismo Franco se había encargado de destruir doctrinalmente a partir del año 57 con la entrada de los de siempre.

Estos iban disfrazados de azul hasta que vieron que el chollo se les acababa, para después seguir chupando ahora como demócratas de toda la vida.

Muerto el perro se acabó la rabia dice el refrán. Y Girón lo entendió perfectamente con la desaparición de Franco y no quiso abrir nuevas heridas en un pueblo siempre sufridor de las maldades de sus políticos.

Y nunca se lo agradecerán los españoles lo suficiente.

En cualquier caso fueron 18 años los que Girón estuvo fuera de la gestión del régimen. Bien es cierto que durante este tiempo mantuvo una cierta influencia dentro de la elite social y política con un contacto directo con sectores que estaban tan confundidos como él, por la trayectoria política del régimen y que estaba tácitamente pactada por Franco para cubrir una de las rasgaduras sociales que al dictador no le interesaba que se abrieran.

Uno de los sectores con quien siempre Girón mantuvo un contacto permanente fue con el militar.

Esa relación familiar con Girón nace porque mi tío Exiquio Paredes, después suegro, fue durante muchos años el hombre para todo, de confianza total, primero con el ministro y siempre con el hombre.

Mi tío se incorporó voluntario en septiembre del 36 a la guerra, después de recoger la cosecha, en la Séptima Bandera de Castilla junto con otro tío, Emiliano.

Destinados a la zona segoviana de la sierra, en la Mujer Muerta, prácticamente no intervinieron en nada por la unificación de todos los participantes en el Alzamiento que Franco provocó para evitar desastres peligrosos poniendo a las órdenes de los militares a esta panda de voluntarios sin ninguna preparación militar y con mandos poco capacitados y desorganizados. Ese fue el único motivo de la Unificación, que bien es cierto lo utilizo después interesadamente y dándole fructíferos resultados a él que le mantuvo en el poder durante cuarenta años.

La trayectoria de mis dos tíos fue diferente al terminar la guerra: uno terminó haciendo otros cuatro años de mili, mientras el otro, Exiquio, aprovechó una convocatoria de plazas para ingresar en la Policía Nacional siendo destinado a Madrid.

Y por casualidades de la vida fue destinado a la protección de la vivienda del ministro Girón.

Este, un buen hombre hacía subir a la vivienda a los policías para que no pasaran frío.

Y mi tío, un manitas y un buen cumplidor fue ganándose la confianza de toda la familia y se quedó para siempre: Girón le obligó a quitarse el uniforme y ya le acompañó en todas sus actividades, incluso conduciendo el vehículo en que se desplazaba, sin horario,  a zonas que suponían un riesgo importante como el caso de reuniones con mineros en Asturias. Girón era de verdad ese León con que quisieron crearle una imagen denigrante: un valiente. Nunca tuvo miedo.

Y mi suegro siempre junto a él. Estaba al corriente de todas sus visitas, comidas y cenas, escritos, discursos, reuniones. Y lógicamente de los aspectos íntimos.

Se decía que una vez alguien le informó a Girón de que Franco se había enterado de alguno de sus devaneos y no corto ni perezoso le pidió una entrevista para contárselo. Franco no le dejó continuar, y con la habilidad que le caracterizaba le cortó diciéndole que a él lo que le importaba era su actuación política dejando caer que era algo que le podía ocurrir a cualquiera, presumiendo de una posibilidad nula de líos de faldas en quien había asumido el mandato divino, por la gracia de Dios, de salvar a España.

Girón fue el gran conseguidor de toda nuestra familia: nunca se negó a las peticiones de su hombre de confianza.

En mi caso participé en numerosas ocasiones en actuaciones en que se necesitaba echar una mano: conduciendo un vehículo en viajes especiales o hacer desaparecer trastos o documentos. Uno de estas actuaciones más curiosas fue la de organizar su biblioteca: tenía una habitación entera de primeras ediciones de libros enviados por las editoriales numerados e incluso con “ex libris” lo que me sirvió para aprovechar a leer libros que hasta entonces me estaban prohibidos, especialmente por motivos económicos.

Con Girón mantenía junto a un hermano mío y un primo, varias reuniones anuales de carácter político: discutíamos de doctrina e intentábamos tirarle de la lengua sobre su relación con Franco. Nunca le oímos una mala palabra. Curiosamente nos quedábamos con un lema que nos repetía siempre: Hay que tirarse al monte. Y nosotros nos preguntábamos donde podíamos llegar los cuatro sí él, después del accidente de coche que sufrió, estaba escalipotriado  y pesaba más de cien kilos. Ahora puedo entenderlo: cuando los problemas alcanzan cierto nivel no valen paños calientes, hay que romper.

Mi opinión personal es que Girón tenía una sensación extraña por la utilización de la doctrina que le había llevado a salir en defensa de una España que se desangraba, la utilización demagógica y kafkiana que se hacía de ello y la farisea amabilidad que Franco le prestaba: sabía este que siempre estaría detrás protegiéndolo si le fallaban los de siempre, a los que ahora se había entregado como nuevos redentores, tecnócratas de pacotilla. Girón siempre pensó en Franco como un mal menor frente a los verdaderos enemigos de España y de los españoles, a izquierda y derecha, y ante la imposibilidad de llevar a cabo la totalidad de la doctrina joseantoniana.

No hace falta recurrir a la historia para ver  hoy lo que está ocurriendo con los políticos demócratas.

Lo cierto es que en el caso del gironazo todos quedamos sorprendidos pensando en que daría un aldabonazo, que no se produjo. Yo dejé mi asiento en el salón de la Feria de Valladolid a Fray Pacífico de Pobladura lo que me permitió no hacer el numerito de salirme de la sala desilusionado por la primera frase de su discurso en que afirmó su confianza en Franco. Lo que no tengo menos que agradecer por la admiración que sentía con este misionero que hacía unos sermones que enervaban al personal haciendo una comparación de las vidas de Jesucristo y José Antonio.

Pero yendo a lo del entierro: Nos dieron un brazalete con la operación Lucero y asistimos al velatorio oficial con un banderín, un guión de la Hermandad en el Palacio Real durante un turno nocturno de tres o cuatro horas, asistiendo perplejo a la incontable cola de personas que desfilaban por delante del féretro. Al pobre Franco le habían colocado dos manípulos, bastones de mando, correspondientes a su grado militar y que venían a decir al personal, a mi juicio, ojo conmigo que te doy con la vara. Amenaza que puede todavía cumplirse hoy con el interés del rojerío de desenterrarle. ¡Así que ojo conociéndole!

Solo he asistido oficialmente a otro velatorio nocturno, el de Tierno Galván en mi condición de Concejal del Ayuntamiento de Madrid, este también muy numeroso, pero con un público más folclórico, más cachondo, como corresponde al personaje: Fueron numerosos los que con la botella en la mano brindaban por el compañero a los que había animado a colocarse y al loro en Vallecas estando yo presente, curiosamente.

El día 23 de noviembre por la mañana nos llevaron al Valle  en autobús, no sé si con camisa nueva o vieja y a la hora prevista nos formaron en la explanada exterior y cuando llegó la comitiva oficial, todos los demócratas de hoy, el Rey y Suarez a la cabeza del Movimiento, se llevaron a cabo los oficios religiosos y militares, se cantaron y tocaron todos los himnos nacionales y particulares y cuando las autoridades religiosas, nacionales y militares salieron zumbando para Madrid para colocarse en posición de salida política, conspirando, nosotros, pobres, disfrutamos al solillo de la sierra madrileña, de una copiosa bolsa preparada por la Asociación de Excombatientes: un bocata de chorizo, un huevo cocido, un vinito de la mancha y una manzana de reineta. Y cuando todo estaba despejado para no interrumpir a la caravana oficial volvimos a Madrid en los autocares de ida.

Desconozco exactamente las funciones encomendadas a los excombatientes en una operación, Lucero, organizada tras el asesinato de Carrero que había dejado en bragas al Régimen, quizás porque nunca pensaron que ocurriría con el Inmortal. Pero me temo que fue una forma de implicar a los verdaderos azules con un Régimen del nunca formaron parte real.

Enterrado bien enterrado le dejaron, al parecer, aunque todos los demócratas han tardado, ¿tenían miedo a que levantara la cabeza cuan Lázaro? en apuntarse a desenterrarle. Ni los curas, ni el PP ni Ciudadanos han dicho ni pío a tamaño desatino moral, político o religioso que no tiene pies ni cabeza salvo por dar por el culo al personal y para tapar sus vergonzosas actuaciones políticas. De todos.

Yo había olvidado que había participado de costado al finiquito de aquel régimen, pero si se hace “des obra de des misericordia” me gustaría participar también. ¿Por qué se preguntaran? Muy sencillo: PARA CONTARLO.

Propongo que la operación se llame, frente a “Lucero”, “Estrella enana roja” por la mezquindad de sus autores y el final de un sistema a punto de morir por inanición y autoconsumo. Y organizado por el rojerío.

¡Ya siento las ondas gravitacionales!

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