A MASTER REGALADO NO LE MIRES EL….TEMARIO
A partir de ahora los libros de textos que utilizaran nuestros nietos en sus estudios incluirán “la perspectiva de género” como doctrina fundamental que guiara su formación, que no entiendo muy de que coños va, nada positivo seguro por el interés que han puesto en ello la progresía, pero con casi seguridad no harán nunca un comentario de texto, como hacíamos en nuestros tiempos. Desconocerán seguro lo que suponen los refranes en nuestra vida.
Concretamente he hecho una mala copia del conocido refrán del caballo regalado y como todos nosotros sabemos e interpretamos, hace un verdadero proverbio moral del agradecimiento que debe tenerse con quien nos regala algo, por poco valor que se le suponga.
Un tío mío fue a la feria de ganado a Valladolid a comprar una mula y se le olvido que en los equinos es fácilmente calcular o al menos presuponer la edad del animal por la dentadura. El vendedor, un gitano, le endiño un mulo viejo, que fue el hazmerreír del pueblo no solo por el animal, sino por el brazo enyesado que trajo mi pariente, por una coz que recibió durante el trato en la feria.
Los afiliados del PP tienen casi el mismo buen ojo que mi tío, eligiendo a su masterizado líder, un verdadero maestro en el arte de prosperar, escalar en el partido, al que debe estar agradecido porque le ha supuesto un avance inimaginable en el aspecto formativo: siete años en una universidad seria y la mitad de la carrera conseguida; seis meses electo y la otra mitad aprobada y un master de regalo en una universidad amiga.
Yo no puedo criticar lo de los aprobados de la carrera de derecho porque a mí me tocó vivir una situación parecida: aprobé tres cursos en uno. Bien es cierto que fue en bachiller, aunque debo contar a mi favor que yo tenía trece añitos mientras el cuarenta. Y era en tiempos de Franco en que no había partidos políticos. Pero me aproveche de alguna circunstancia favorable. Lo cuento.
Estuve dos años en un seminario y me echaron sin convalidarme nada ni saber porque, y como no quería perder el tiempo me presente por libre a todas la asignaturas de 1º, 2º y 3º de bachiller en el Instituto Zorrilla de Valladolid. Aprobé todas las asignaturas de un golpe, aunque bien es cierto que con alguna incidencia:
En Literatura, porque entonces las asignaturas se las llamaba por su nombre, me pusieron un único tema: Santa Teresa de Jesús y como nunca he entendido bien eso de “vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”, algo tan difícil como lo de la Santísima Trinidad, lo de tres en uno, y sobre todo no tenía ni puta idea porque no lo había leído, solo se me ocurrió escribir, ni más más ni más menos, ni alegar nada, sobre la vida y la obra de su coetáneo y paisano San Juan de la Cruz, que si me había leído. Me aprobaron.
Peor me fue en Matemáticas: El examen era oral y se celebraba en el aula magna con varios profesores de diferentes asignaturas situados en pequeñas mesas sobre el estrado: Los alumnos esperábamos en las gradas y bajábamos a requerimiento de cada uno de ellos. Era una tarde calurosa de junio y el tiempo amenazaba tormenta.
El aula se fue quedando vacía y yo me encontré el último con la catedrática de matemáticas, una mujerona de muy buen ver, muy mayor, por lo menos de cuarenta años, cuando el cielo se abrió y descargo una de esas tormentas que solo se producen en nuestra Castilla en periodo de recolección de la cosecha. Cayo agua a mantas como el día que enterraron a Zafra, que era el ataúd de plomo y flotaba; y granizo como puños y los truenos retumbaban como cañones en las paredes de aquella aula vacía, que se iluminaba con relámpagos que se seguían unos tras otros formando culebrillas en el oscuro cielo, negro, como el alma de muchos de nuestros políticos. (No es que les tenga manía, es experiencia).
Y como solía ocurrir se apagó la luz y a ambos solo se nos ocurrió, como solución al mal trago, abrazarnos el uno al otro, apretujándonos fuertemente y cerrando los ojos a pesar de que la luz de los relámpagos sobrepasaba la función de los parpados. Así, abrazadillos paso un buen rato hasta que la tormenta amaino y se hizo la luz. No sé cuánto tiempo paso, pero a mí se me hizo eterno. Nunca me había abrazado nadie así con tanto ardor. Obtuve un notable, en la asignatura se entiende, pero me dejo marcado para siempre: si hubiera consultado a uno de esos psicólogos, que ahora tanto proliferan, seguramente asociarían a este lamentable episodio muchos de los sueños eróticos que he tenido durante años. Y sobre todo mi notable afición a las grandes tetas, duras y prietas.
En Madrid no se producen estas tormentas como las de mi pueblo. En la última me abrace a una buena moza en un portal, pero se enfadó mucho, “viejo verde, que llamo a un guardia”. Yo creo que porque se asustó cuando aparque el coche en la acera y baje corriendo hacia al portal. No es que me asusten las tormentas, lo hago instintivamente. Y como estoy un poco sordo mi mujer me tiene que avisar en casa que el ruido es del camión de la basura no de la tormenta cuando me sale la vena abrazadora en cuanto llueve un poco.
Aprobé con aprovechamiento todas las asignaturas, incluida la Formación del Espíritu Nacional cuya filosofía de vida aun me perdura, gracias a Dios. Y como puede verse también la Religión.
Mi relación con los másteres ya es otra cosa: en nuestros tiempos estudiábamos las cosas normales: bachillerato elemental, cuatro años y revalida; bachillerato superior, dos años y revalida, preuniversitario, un año y examen.
Y de carreras se estudiaban las de ciencias y letras en la Universidades normales con un primer curso selectivo con asignaturas comunes y que había que aprobar íntegramente. Ingenierías en las Universidades Politécnicas.
No había grados ni cosas raras como lo de los créditos: asignaturas comunes en los tres primeros años y de la especialidad escogida en los dos últimos de carrera: yo soy Geólogo con las especialidad de Geodinámica, Tectónica. Pero recibí enseñanzas de Paleontología, Mineralogía, Sismología, Hidrología, entre otras materias impartidas, por grandes catedráticas como Hernández Pacheco, Fúster Casas, Llopis Lladó, Alía Medina, descubridor de los fosfatos del Sahara, Bermudo Meléndez, Amorós, Mingarro Martín, Emiliano Aguirre o Carmina Virgili entre otros. Si querias ser doctor tenias que estar asociado a una catedra durante unos seis años de media cuyo titular te guiaba la tesis que debía presentarse públicamente en un tribunal independiente. Y publicarse.
Pero yo nunca llegue a practicar esta carrera ya que me fui a la mili, Alférez por IPS en Astorga, en donde nada más incorporarme me llamaron del Instituto para dar clases en el bachillerato nocturno. Pese a su insistencia en que me quedara, la enseñanza ya se estaba poniendo dura, me incorpore por oposición a la Administración como titulado superior en el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo, lo que constituyo mi verdadera profesión hasta mi jubilación. Cuarenta y cinco años, los últimos doce años en el Instituto Nacional de Seguridad Social, un organismo con una plantilla de cerca de trece mil empleados, como Jefe del Servicio de Prevención de Riesgos Laborales, la única administración no transferida a las comunidades autónomas, junto a Tesorería.
La verdad es que nunca me intereso tener más títulos que los que dispongo: Técnico Superior de Prevención con tres de las cuatro especialidades, salvo Medicina, por razone obvias: Seguridad, Higiene y Psicosociología y Ergonomía del Trabajo. Podía haber accedido a alguno de los numerosos másteres en los que he participado impartiendo mis conocimientos en todas estas materias tanto en organismos públicos como privados, bien por conciertos institucionales como profesor oficial, bien a iniciativa propia. Y se han utilizado textos de los que soy autor en los cursos de estas titulaciones. Especialmente en lo referente a Protección de maquinaria, Investigación de accidentes, Señalización, Protección personal o Autoprotección de Incendios.
Incluso puedo presumir y presumo de ser coautor del primer master que se implanto por la iniciativa privada la prevención de riesgos laborales en los de Dirección de Empresas, germen del propio de nuestra especialidad. Y ocurrió gracia a mi amigo Pepe Yánez, un gran emprendedor, que lio a un empresario que organizaba este curso para incorporar la prevención: le hicimos un texto impresionante y comenzamos a trasmitir nuestros amplios conocimientos.
Como al principio no parecía interesarles mucho nuestras materias mi amigo me animaba a comenzar “a estos cabrones fuerte motivación”, con lo que yo proyectaba sentencias en las que se procesaba a directores de producción y de empresa por accidentes mortales acusados de ser responsables de falta de medidas de prevención, incluso en los casos en que se proporcionaran los medios y se establecieran normas adecuados siguiendo el principio de que “hay que proteger al trabajador incluso de su propia imprudencia”.
A partir de este inicio se produjo una verdadera demanda de la prevención en los master, que alcanzó su cenit con la aprobación de la Ley de Prevención que permitió realizar cursos superiores y medios de esta materia a la incitativa privada por la gran demanda de esto profesionales en las empresas.
Por la necesidad de cubrir estas plazas de técnicos en la administración pública les formamos directamente desde nuestro organismo. Incluso constituimos ambos, Pepe y yo, una empresa para formar a opositores a nuestro cuerpo de la administración con unos grandes resultados, por supuesto, en cuanto al número de aprobados.
Siguiendo el principio aplicado en el caso de referencia de la universidad que regalaba títulos incluso a quien no los había pedido (¿Por qué?) yo tendría ahora ocho o diez ya que si el temario constaba de 22 asignaturas y le convalidaban 18, a mí me hubieran convalidado bastante más teniendo en cuenta que las suyas eran las generales de la carrera, un maratón de seis meses, mientras las mías son de la especialidad en las que he tenido oportunidad de practicar, realizando visitas a empresas y emitiendo informes técnicos a instituciones oficiales.
Haciendo un inciso creo pensar que la titulación de master, su concepto, nace para cubrir el espacio que no podía con la titulación de licenciado o ingeniero, de formación más genérica o la de doctor, más amplia pero menos especializada. El maestro es un especialista en una materia concreta, una rama de conocimientos prácticos aplicables en la empresa. Por eso no tiene sentido la convalidación de asignaturas generales cuyos conocimientos son intrínsecos a la titulación que le permite acceder al curso del master. Es un contrasentido en sí mismo, sino un autoengaño de quien imparte el curso y quien lo recibe.
¿Por qué regalaban los títulos? Muy sencillo: recibían dinero de la Comunidad en función de los asistentes (bueno más bien no asistentes), los amigos.
Y esa es otra: les liberaban de asistir. Y eso es imperdonable en un profesor: Yo nunca lo he consentido. El que no viene no aprueba. Y por razones obvias, por muy listo que sea el alumno, como es el caso de quien aprueba carreras “a la carrera”.
Un profesor tiene que transmitir directamente sus conocimientos en función de los asistentes, mirando en la cara a los alumnos, y añadiendo aquellas notas que refuercen los textos de las asignaturas, especialmente en el caso de estos títulos nuestros en que los conocimientos se basan en experiencias propias y en las que en muchos casos solo existen criterios técnicos, no son ciencias exactas: figúrense, por ejemplo, la investigación de un accidente mortal en que no hubo testigos y tuve que informar de forma técnicamente concluyente con las consecuencias que ello supone desde el punto de vista judicial y administrativo.
O en casos en que hay que recurrir a la pura lógica.
Recuerdo el caso de un trabajador de una empresa de fabricación de muebles con maderas tropicales. El hombre hizo la denuncia anónima y no dijo el motivo, salvo que este tipo de maderas, no autóctonas, daban problemas. Me costó localizarle y cuando le entreviste no quiso hablar delante ni del empresario ni de los delegados de prevención ni sindicales. En privado me conto que tenía un grave problema con unos forúnculos que se le producían en ciertas partes húmedas. Por supuesto que no quise ver el cuerpo del delito y me fui muy preocupado sin saber que responder teniendo en cuenta que la empresa le proporcionaba todos los medios de prevención y protección.
Un compañero, ese típico técnico que ha leído y se sabe todo, pero sobre todo tiene toda la experiencia del mundo me lo soluciono: “Mañana vas y le dices que hay dos tipos de personas, los que se lavan las manos después de mear y lo que lo hacen antes. Y el, por desgracia es de los segundos”.
No sé cómo lo puse en el informe oficial. Lo cierto es que siempre que veo que alguien se lava las manos delicadamente después “de”, me acuerdo de ese pobre hombre, que espero dejara de padecer esa patología ciertamente molesta, si siguió mi consejo de hacerlo “antes de”.
En otros casos, yo que no soy un prodigio en formación, recurro a truquillos que fijen la atención del alumno. Por ejemplo si estoy intentando explicar las técnicas de extinción de incendios recurro a una imagen que vemos en las películas del oeste: “Están un grupo de vaqueros alrededor de una hoguera tomando café y oyen que se acercan los indios y siempre hacen lo mismo: vuelcan las tazas sobre la lumbre, dispersan las brasas con las botas y terminan enterrando con arena los restos”. Y a partir de ahí explico las técnicas que son justamente esas: enfriar, dispersar y cubrir rompiendo la cadena, el tetraedro del fuego.
Y si a eso, para que no se les olvide, les cito la incógnita que siempre me produce la situación: los vaqueros nunca piden ni echan azúcar al café. Si vuelven a ver la película Siete novias para siete hermanos encontraran la solución cuando al mayor, que va al pueblo, le dicen sus hermanos que no se olvide de la melaza, una solución azucarada semilíquida, densa, que proviene de una fase o subproducto de la fabricación de azúcar, técnica que en aquellos tiempos del oeste estaba poco evolucionada. Sin embargo yo más bien creo que usaban jarabe o sirope de arce, más común en esa época en el norte de EEUU y Canadá, en cuya bandera se incluye una hoja de este árbol, y de cuya savia se extrae ese producto azucarado como se hacía en mí Castilla con los pinos, Tierra de Pinares.
Trucos de profesor.
Ahora vuelve a descubrirse que la técnica formativa de “masterizarse el currículo” también lo ha utilizado una ministra socialista. ¿Cuántos más aparecerán?
E incluso se da el caso de doctorarse con un negro, no migrante, sino funcionario, que el pobre recurre a copiar todo lo que pilla a mano. Y en un tiempo record. Pobre negro, que se le va caer el cielo encima. El doctorando no, que está disfrutando como un niño pequeño de avioncitos y helicópteros.
¡Qué tribu! ¡Qué país!
Y han dejado caer a la ministra, con arto dolor de corazón, con la malvada estrategia de meter en el mismo saco al recién estrenado líder popular que ha cometido idéntico proceso de masteurización. Hay que reconocer que son listos: tres en uno como el Sastrecillo Valiente: Cospedal a lidiar con flamencos y valones y los lobbies económicos que no existen en su Castilla, sola o en compañía de otro, por seis mil euro mensuales y otros seis de bagatelas; Soraya y sus dosieres, la más lista, por trescientos mil euros a terminar de hundir el conocido banco burlando, según aventuran los maledicentes de siempre, lo de las puertas giratorias; y Casado, el rápido, dado su importante currículo, si es que termina de librarse de la masterización o de los fracasos electorales que se avecinan, a practicar sus profundos conocimientos en derecho en algún despacho de abogados en materia de legislación autonómica .
El despacho de los herederos de Montoro le gana recursos a Hacienda con los futbolistas tramposos. Este sí que es listo. No como Rajoy que ha quedado en la puta calle a más de seis mil personas de altos vuelos, alguno ganando más de 200.000 €, que me figuro que estarán jurando en arameo por no haber renunciado él, convocando elecciones, que les habría dado al menos cinco o seis meses más de sueldo y la posibilidad de seguir con los nuevos resultados electorales. Él ya en Madrid como Notario, pobre.
Son como el Maestro Ciruela, verdad Sra. Lastra. Son como niños. Vd. tiene un currículo en blanco y así no tiene que presumir de nada y puede darles caña a todos sin riesgo.
¡¡¡¡Pobres españoles!!! Nos lo hemos ganado a pulso. Es nuestro sino desde siempre: No se salva ni uno.
Bueno, ahora a votar que nos encanta: dicen que esto es la democracia. ¿Seguro?
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